El viejo puente de Los Carolinos: una historia de simetrías

Por Jopi Heinz

Cuando a mediados de marzo de 2020 se anunció la cuarentena en todo el territorio nacional, con su advertencia de quedarnos en casa y evitar cualquier tipo de reunión, recordé una época que viví un aislamiento parecido por razones muy distintas, pero me llamó la atención la fecha: había ocurrido hacía exactos 20 años. 

Fue más o menos así: el 12 de marzo del año 2000 hubo un temporal bastante fuerte en Córdoba, que afectó principalmente la zona noroeste de la ciudad. Según los registros periodísticos de la época, cayeron 10,2 milímetros y los vientos arrasaron árboles e incluso algunas viviendas, lo que dejó un saldo de dos muertos y más de 200 personas evacuadas. Varias zonas quedaron sin luz ni agua por varios días, la Municipalidad decretó estado de emergencia y armó un comité de crisis para intentar paliar el desastre. 

En La Carolina, el barrio en el que vivía, la crecida del Río Suquía fue tan grande que derribó nuestra única vía de comunicación con la Recta Martinolli: el querido “puente de Los Carolinos”. En pocas palabras, quedamos atrapados.

Si bien había una manera de salir del barrio –dar toda la vuelta por los cuarteles militares hasta llegar al viejo Tropezón, no sin antes pedir autorización al country Las Delicias para transitar una de sus calles–, era una solución para gente con auto, inviable para hacer a pie. Para alguien como yo, entonces un adolescente, significaba el fin del contacto con el mundo exterior, porque todos los días cruzaba ese puente. 

El viejo colectivo urbano 31 te dejaba en la Martinolli, a unos metros de ahí, para que llegaras caminando a tu casa. Era hermoso cruzarlo mientras veías el río. A veces también era peligroso: una siesta, mientras lo caminaba, unos guachines me arrinconaron para robarme y, al ver que sólo llevaba útiles en la mochila, me dejaron ir, decepcionados. Se contaban muchas historias de gente que lo había cruzado de noche, solo y a pie, y que había visto fantasmas o escuchado ruidos extraños. Quizás eran inventos de las madres o las abuelas para que los pendejos no andásemos por la calle hasta tan tarde: vaya uno a saber. Todos los barrios tienen historias así.

Cuestión que hasta que no se solucionara el problema del puente no podría juntarme con amigos, salir a bailar o cualquiera de las cosas que hace un adolescente. Internet todavía funcionaba con dial up, aún faltaban muchos años para la llegada de las redes sociales. Ni hablar de videollamadas: por aquellos años, eran patrimonio de la ciencia ficción. Sólo salía de mi casa para ir al colegio, esa fue mi “actividad esencial”. Mi papá me llevaba antes de ir al trabajo (lo que significaba llegar al aula media hora antes que el resto) y, por la tarde, volvía a casa. Durante varios meses fue mi rutina, una cuarentena obligada producto de un desastre natural. Después encontré un vado para cruzar a pie, pero llevó su tiempo. Y fue así hasta que se construyó un puente nuevo.

Pero más allá de este recuerdo personal, aquel puente de Los Carolinos que el agua arrasó tiene una historia que esconde una curiosa simetría. Fue construido por Osvaldo Pons, un legendario arquitecto cuya especialidad “fue la construcción de estéreo estructuras reticuladas de grandes luces”, según detalla una semblanza publicada en La Voz en 2017. Pons fue responsable de algunas de las obras más famosas de la provincia (entre ellas, las cúpulas del Complejo Ferial, la fábrica de Arcor de Colonia Caroya y la emblemática pirámide de Keops, una de las primeras cosas que uno observa al llegar a Carlos Paz) y fue el creador de la carrera de Diseño Industrial en la UNC. También era mi vecino: su casa, ubicada sobre la calle San Nicolás de Bari (luego conocido como Papá Noel), quedaba a metros de donde vivíamos con mi familia.

Aquel 12 de marzo del 2000 fue trágico para todo el barrio no sólo por la caída del puente, sino por otra noticia que comenzó a circular ese mismo día: había muerto Pons, uno de los vecinos ilustres, producto de un paro cardiorespiratorio. En la misma jornada en que un temporal destruía una de sus obras más queridas, el arquitecto dejaba este mundo. 

Para mayor casualidad, hay que agregar que lo hizo el día de su cumpleaños: Pons había nacido en la ciudad de Arroyito el 12 de marzo de 1925. Y también contrajo matrimonio un 12 de marzo. 

En un pasaje del libro Osvaldo Pons (2001), a cargo de Noemi Goytia, Daniel Moisset de Espanes y Lidia Samar, se consigna: “Predestinado: el arquitecto nace un doce de marzo. Casa con Bella Trouillet un doce de marzo. Se va un doce de marzo. Extraña simetría del destino”.
Como canta Gustavo Cerati en Puente, “el paso que dimos/ es causa y es efecto”.

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Un comentario

  1. Querido José… Recordar a Osvaldo Pons es una de esos actos que tenemos tan olvidados…nombres que quedaron en el olvido pero que construyeron la escenografía de nuestro presente y seguramente el de muchos que nos seguirán…traerlos y hablar de ellos es lo. Menos que podemos hacer por hombres que entran en la categoría de irreemplazables… Gracias viejo…

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