El oso bipolar

Por Gastón Ribba

En 1947 se realizó la primera gran campaña antártica y el país vivió un furor austral. Fábricas de hielo y heladerías cambiaron iglús y esquimales por pingüinos y témpanos en sus carteles. En 1948 se decidió que el puente proyectado entre Jujuy y Lavalleja recibiera el nombre de Antártida Argentina. Alguien propuso rematarlo con una fuente con un oso polar.

Se sabe que Roberto Juan Viola, pintor y primer director del museo Genaro Pérez, hizo un boceto en arcilla del tamaño de un chihuahua y la pasada a piedra fue por manos del escultor Alberto Barral. Es leyenda que en 1954 durante la inauguración uno susurró al intendente Manuel Martín Federico: oiga, los osos viven en el Ártico, no en la Antártida. El conjunto quedó cubierto por lona y silencio.

La odisea del oso comenzó sobre un camión la noche del golpe de 1955 y duró pocas cuadras. Se dice que obreros de la IKA lo atajaron frente al Episcopado, lo bajaron y huyeron con el rodado. Ahí quedó entre Vélez Sársfield e Yrigoyen. Mario Rivas, editor de El Ojo con Dientes, sostenía que la frase “no levantar ni el oso” se originó ahí entre muchachones que no lograban comercio carnal ni a fuerza de regateos con las chicas que fumaban apoyadas en el oso frente a las oficinas de la fe.

Después habitó entre plantas tropicales de Plaza Alberdi en General Paz y en los 90 volvió a la plazoleta con forma de iceberg a tiempo para que mi hijo lo montara. Ahí recibió un grafiti de Depeche Mode y mientras mi pibe jugaba a Jesús María yo disfrutaba de las frenadas de los colectivos.

Luego remontó la ciudad hasta su lugar natal como el salmón bajo su hocico: Barral lo talló a cielo abierto en el Parque Sarmiento. Una foto lo muestra en faena junto a otro oso más realista, similar al que su hermano Emiliano Barral -muerto en sus brazos durante la Guerra Civil Española- esculpió acompañado por una cría. Ya en la proa del Caraffa recibió garabatos que decían nada y estudiantes de arte lo cubrieron de papel aluminio en happenings con disc jockey y todo.

Un estudio de diseño vende cerámicas del tamaño del boceto de Viola y sin pescado por 2.500 pesos. Un tal Federico Lavezzo escribió la novela “El oso antártico” que se consigue en red por trescientos y dijo que el oso es símbolo de nuestros errores como ciudad: el error que Jerónimo pagó con su cabeza por no fundarla en Salta, los de Cassaffousth y Bialet Massé por no transar con ingleses y usar cal de Cosquín, entre otros miles. Prefiero pensar que redime a esta ciudad de su pecado histórico: creer que lo sabe todo.

En 1953 mientras Barral daba forma de oso a la piedra se estrenaba en Estados Unidos un dibujo animado de Tex Avery. La acción se desarrolla en el Polo Norte y los villanos son un perro, una morsa y un oso polar. El héroe es un pingüino del tamaño de un chihuahua que vive en un iglú. Desconozco si alguien susurró: maestro, no hay pingüinos en el Ártico. 

Posdata: visiten al oso y vean Chilly Willy con sus hijos.

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